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domingo, 26 de octubre de 2008

Al borde de lo etérico. Arthur Findlay.

Para que aquellos que una vez vivieron en nuestro mundo físico puedan re-materializar sus cuerpos, compuestos de esta sutil sustancia etérica, ciertas condiciones son necesarias. La primera es la presencia de alguien que posea una superfluidad de la sustancia que en los años recientes ha sido denominada ectoplasma o teleplasma. Cualquiera que sea el término que finalmente se adopte es un asunto de no especial importancia. A este individuo se le conoce como médium, aunque se cree que todos tenemos este cualidad de mediumnismo en mayor o menor grado, ya que todos tenemos esta sustancia dentro de nuestros propios cuerpos. El médium reconocido se diferencia del resto meramente porque él o ella es capaz de producir esta sustancia
en mayor cantidad que el individuo medio, y es pues tomada prestada con más facilidad por los hombres y mujeres del otro mundo mientras hacen uso del propio médium. En el caso de la ‘Voz Directa’, al que aquí me estoy refiriendo, los mejores resultados tienen lugar en la oscuridad, ya que las vibraciones de la luz hacen más difícil que el ectoplasma pueda ser construido con la suficiente solidez para hacer vibrar la atmósfera. Por tanto, aunque he oído voces a la luz del día, sin embargo se desarrollan de forma mejor y con más fuerza en la oscuridad o bajo una luz roja que no tiene los mismos efectos destructores que la luz blanca. Condiciones de calma y armonía son también esenciales, y las condiciones atmosféricas a veces interfieren con los resultados. Por ejemplo, cuando el aire esta pesadamente cargado con electricidad los resultados son pobres, las mejores manifestaciones ocurren en calmadas y claras noches de luna llena, cuando la atmósfera no está demasiado cargada de humedad. Las condiciones que hacen posible la comunicación son muy delicadas, y solamente con la experiencia se pueden obtener los mejores resultados, pero cuando estas se dan las manifestaciones son realmente muy maravillosas. Voces de todos
los rangos culturales y entonaciones se dirigen al oyente, y su tono peculiar puede ser de nuevo reconocido como perteneciente al mismo individuo cuando vivía en la tierra. El escepticismo del oyente puede durar por unos momentos, pero, si prima su honesto deseo de buscar la verdad, la convicción es inevitable si se persigue la indagación.

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